sábado, 28 de septiembre de 2013

Antecedentes de la Literatura del S. XX



LITERATURA DEL S.XX  (Puede utilizarse para cualquier tema de la PAU)

Antes de llegar al siglo XX la historia de la Literatura nos deja ver un recorrido desigual, para abarcar la literatura medieval, lo hacemos con cinco siglos: del X-XV; el Renacimiento lo situamos entre el XV y el XVI tan solo; el Barroco lo dejamos en el XVII, lo mismo que el XVIII abarca el Neoclasicismo, mientras que en el siglo XIX situamos, nada más y nada menos, que cuatro movimientos literarios: El Romanticismo, El Realismo, El Naturalismo y El Modernismo. En el S. XX podríamos señalar hasta seis (algunos dirían ocho-diez), Modernismo/98; G.27; Generación existencialista del 40; Realismo social del 50; experimentalismo del 70; Pluritendencias a partir del 80 y todo esto se ampliaría según atendiéramos a la narrativa, a la poesía o al teatro.

Bien es verdad que en el recorrido de todo movimiento artístico puede señarlarse una etapa previa que lo anuncia, una fase de florecimiento y otra fase de decadencia, pero eso ya sabemos que se produce siempre. Lo que está claro es que no se estudian con el mismo detenimiento las etapas o periodos que nos son lejanos (caso E. Media), que las etapas o estilos más cercanos a nuestra época (siglo XIX), y también es claro que todo movimiento o estilo artístico, deja paso a otro que normalmente le contradice en sus valores, o lo que es lo mismo todo movimiento pone en pie, valores estéticos o trata temas "contrarios" al movimiento que deja atrás.

La historia de la humanidad, y en su apartado la historia de las artes se mueve a modo de péndulo, y para reducirlo, diremos que a épocas clásicas les suelen suceder épocas barrocas. Entendiendo por épocas clásicas, aquellas armónicas, equilibradas, normalmente positivas, de lineas rectas y valores sobrios, donde se impone la RAZÓN- Y entendiendo por épocas barrocas, aquellas desequilibradas o en crisis, normalmente pesimistas o desesperanzadas, de lineas retorcidas y paradójicas, donde prima lo irracional, el apasionamiento, la ambigüedad.

Llegados al siglo XX, la literatura y sus autores se intentaron abarcar a través de la herramienta de las GENERACIONES (según el criterio de J. Petersen). Las Generaciones como herramienta, fue un modo de clasificar autores y obras, un modo de situarlos y abarcarlos con características comunes, pero a lo largo del siglo se fue poniendo en tela de juicio esta herramienta, que casi nunca se cumplía en todos su requisitos y sobre todo porque como ahora sí estamos muy cerca del objeto de nuestro estudio y queremos especificar detalles, se ve la dificultad de catalogar con las mismas características a los autores que aun perteneciendo a una misma generación biológica o a un mismo grupo, tiene particularidades propias.
Por eso otra manera de enfocar el estudio de la Litra del S.XX-XXI es estudiarla por géneros, y para dosificar su estudio y situarlo en su contexto adecuado, se siguen los acontecimientos históricos:

Primera guerra mundial / Guerra civil española / Segunda guerra mundial / guerra fría (dos bloques Occidental/oriental; Capitalismo/Comunismo) / Fin de la dictadura franquista(1975) – Derrumbe del Muro de Berlin (1989) / Etapa posmoderna  / Crisis mundial (2008)

Tarea: Hacer Línea del tiempo.

¿Y cómo podríamos reducir su recorrido artístico al igual que lo hemos hecho para toda la Literatura anterior?, pues si para los siglos anteriores decíamos que a etapas clásicas suceden etapas barrocas, para este siglo diremos que a etapas vanguardistas suceden etapas realistas o de compromiso.

Entendiendo por Vanguardias:  movimientos estéticos, formalistas, renovadores, provocadores y en algunos aspectos insolentes; buscan lo nuevo por lo nuevo; la sorpresa, y a veces se quedaron en meras piruetas experimentalistas, juegos de artificio.

Etapas de Compromiso: llamadas también realistas, etapas donde el autor se compromete con la realidad que le rodea, se involucra en sus problemas y lucha, desafía y nada a contracorriente de lo impuesto, a veces bajo cortapisas o persecuciones políticas.

Tareas:

Después de leer aquí, lee hasta el punto 3 (incluído) del tema 8 del libro, indaga en internet y contesta:

1- ¿Qué etapas de la literatura española se integrarían dentro de los movimientos relistas y qué etapas
   entrarían dentro de los movimientos de vanguardia?
2- Haz un esquema temporal de ellos, ¿Dónde abundan más las Vanguardias, antes o después de la guerra?
 ¿Y los movimientos realistas?
3- Aunque esta separación parece clara, yo te invito a que investigues si siempre existió clara diferencia
 entre unas etapas y otras. Si siempre se dieron de manera separada los movimientos realistas/vanguardistas
 o si por el contrario se mezclaron en una misma etapa o, incluso en un mismo movimiento?
4- ¿Cómo englobaba los movimientos J.R.Jiménez?
 
 Contesta aquí en el blog.

El siglo XX empieza con una crisis de valores, porque algunos de los pilares sobre los que se sujetaba el pensamiento se desmoronaron. Las bases sociales, científicas y religiosas que habían funcionado se van a poner en tela de juicio y van a cambiar porque no van a servir. Se va a manifestar en una serie de acontecimientos:

- cambios sociales y políticos.

- cambios y aparición de nuevas corrientes filosóficas: crisis del racionalismo y aparición de tendencias filosóficas como el Marxismo, vitalismo, psicoanálisis o el existencialismo.

- cambios científicos y técnicos.
Todo ello se va a reflejar en la literatura.
  Fueron definitivas en el pensamiento del S. XX (y en la Literatura por tanto): 

- La corriente Marxista (posicionamientos sociales,  relevancia del proletariado, concienciación por los      derechos de la clase obrera).  Influirán en en la novela de posguerra, en la poesía comprometida.

- La corriente del Psicoanálisis de S. Freud (el hombre cambió la visión del control de su conciencia). Influirán en el uso de las técnicas del monólogo interior, o el desdoble de personajes por ejm., en la novela.

- Las Filosofías irracionalistas de Schopenhauer, Nietzsche (junto al existencialismo cristiano (Kierkegaard)  el agnóstico -Camus, Heidegger- o el  existencialismo ateo de Sartre). Influirán en la visión de muchos de los personajes desolados, desorientados y atrapados en sus circunstancias, de la literatura del siglo.

- Las teorías científicas del Relativismo de Einstein. Influirán en la falta de pensamientos ideológicos firmes y en la desazón vital que crea este relativismo, en el escepticismo de los personajes. 

Avanzando el siglo, se llegará a hablar de Posmodernidad, de globalización, de deconstrucción de la realidad:

Tarea: Busca esos términos y señala algún movimiento literario que tenga que ver con ellos.



martes, 24 de septiembre de 2013

APOYOS a la Narrativa de primer tercio S.XX.

Para estudiar a Valle Inclán podemos leer este fragmento de la Sonata de Primavera:

Fragmento de la sonata de primavera de Valle- Inclán (1904)

(…)
La biblioteca tenía tres puertas que daban sobre una terraza de mármol. En el jardín las fuentes repetían el comentario voluptuoso que parecen hacer a todo pensamiento de amor, sus voces eternas y juveniles. Al inclinarme sobre la balaustrada, yo sentí que el hálito de la Primavera me subía al rostro. Aquel viejo jardín de mirtos y de laureles mostrábase bajo el sol poniente lleno de gracia gentílica. En el fondo, caminando por los tortuosos senderos de un laberinto, las cinco hermanas se aparecían con las faldas llenas de rosas, como en una fábula antigua. A lo lejos, surcado por numerosas velas latinas que parecían de ámbar, extendíase el Mar Tirreno. Sobre la playa de dorada arena morían mansas las olas, y el son de los caracoles con que anunciaban los pescadores su arribada a la playa, y el ronco canto del mar, parecían acordarse con la fragancia de aquel jardín antiguo donde las cinco hermanas se contaban sus sueños juveniles, a la sombra de los rosáceos laureles.

Se habían sentado en un gran banco de piedra a componer sus ramos. Sobre el hombro de María Rosario estaba posada una paloma, y en aquel cándido suceso yo hallé la gracia y el misterio de una alegoría. Tocaban a fiesta unas campanas de aldea, y la iglesia se perfilaba a lo lejos en lo alto de una colina verde, rodeada de cipreses. Salía la procesión, que anduvo alrededor de la iglesia, y distinguíanse las imágenes en sus andas, con los mantos bordados que brillaban al sol, y los rojos pendones parroquiales que iban delante, flameando victoriosos como triunfos litúrgicos. Las cinco hermanas se arrodillaron sobre la yerba, y juntaron las manos llenas de rosas.

Los mirlos cantaban en las ramas, y sus cantos se respondían encadenándose en un ritmo remoto como las olas del mar. Las cinco hermanas habían vuelto a sentarse: Tejían sus ramos en silencio, y entre la púrpura de las rosas revoloteaban como albas palomas sus manos, y los rayos del sol que pasaban a través del follaje, temblaban en ellas como místicos haces encendidos. Los tritones y las sirenas de las fuentes borboteaban su risa quimérica, y las aguas de plata corrían con juvenil murmullo por las barbas limosas de los viejos monstruos marinos que se inclinaban para besar a las sirenas, presas en sus brazos. Las cinco hermanas se levantaron para volver al Palacio. Caminaban lentamente por los senderos del laberinto, como princesas encantadas que acarician un mismo ensueño. Cuando hablaban, el rumor de sus voces se perdía en los rumores de la tarde, y sólo la onda primaveral de sus risas se levantaba armónica bajo la sombra de los clásicos laureles.

Cuando penetré en el salón de la Princesa, ya estaban las luces encendidas. En medio del silencio resonaba llena de gravedad la voz de un Colegial Mayor, que conversaba con las señoras que componían la tertulia de la Princesa Gaetani. El salón era dorado y de un gusto francés, femenino y lujoso.
Amorcillos con guirnaldas, ninfas vestidas de encajes, galantes cazadores y venados de enramada cornamenta poblaban la tapicería del muro, y sobre las consolas, en graciosos grupos de porcelana, duques pastores ceñían el florido talle de marquesas aldeanas.(...)
       
Podemos ayudarnos de los siguientes enlaces:
http://www.rinconcastellano.com/sigloxx/valle_obra_modernismo.html# 

Página web sobre Valle-Inclán                  


Valle modernista: las sonatas
Otras obras del autor
Valle: crítica e interpretación
De qué trata la “Sonata de primavera”
Fragmento del libro
La imagen de don Ramón

Aquí tenemos la SONATA entera en pdf :
http://www.espacioebook.com/sigloxx_98/valleinclan/ValleInclan_SonatadePrimavera.pdf

Para poder leer dos cuentos de Rubén Darío tendríamos:

 http://www.espacioebook.com/ebook.aspx?t=El%20p%C3%A1jaro%20azul

De Unamuno tenemos este enlace para descargar NIEBLA:


 http://www.vicentellop.com/TEXTOS/unamuno/niebla.pdf

Y este para descargar San Manuel Bueno Mártir:

 http://www.rinconcastellano.com/biblio/sigloxx_98/unamuno_smbm.html#



El paisaje en Unamuno

Aunque partiendo de posturas distintas -Giner de los Ríos, del conocimiento-, Unamuno de la primera impresión- ambos entienden que hay que recorrer el país para conocerlo y darlo a la luz. La excursión es lo más adecuado, «favorece la educación integral y los postulados del método intuitivo que ese ideario entraña». Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanzas(ILE) se dirigen a la raíz del problema: la educación entendida como modo de salir del cráter en el que está sumida la situación española, necesaria para poder formar «hombres, personas capaces de concebir un ideal, de gobernar con sustantividad su propia vida y de producirla mediante el armonioso consorcio de todas sus facultades». 

 El paseo, la excursión, el viaje, sirven a los intereses defendidos por la Institución: el individuo permanece en contacto con la Naturaleza, lo que le proporciona un modo insustituible de formación: «Viajar es para la ILE, la mejor escuela que cabe aceptar». Miguel de Unamuno y Francisco Giner coinciden en la forma de divulgación del viaje: la creación de sociedades excursionistas, la publicación de boletines informativos, etc.; medios, en suma, que fijen su atención en la Península, al modo de otras asociaciones existentes en diversos puntos de la geografía europea. Giner de los Ríos fue «el primer impulsor de la actividad excursionista en la Institución Libre de Enseñanza». Sus numerosas excursiones se limitan preferentemente a la zona castellano-central, como región significativa del espíritu español de la época. Entre otros lugares, Giner recorrió los pueblos madrileños en 1876; durante 1883 anduvo por Guadarrama: Villalba, El Paular, Navacerrada, La Granja, Segovia.


En Guadarrama -Giner-, en Gredos -Unamuno-, aunque forjan el paisaje con distintos útiles, persiguen la misma finalidad: la comunión con la Naturaleza que, en Unamuno se traducirá en el sentimiento de la Naturaleza. Paisaje y naturaleza «hay que observarlos y aprehenderlos intelectualmente -el rigor empírico y científico no queda excluido, sino todo lo contrario-, pero al tiempo hay que llegar a sentirlos y aun vivirlos».



Para Unamuno, el paisaje en todo momento ha de huir de los datos científicos, aunque utilice mapas de apoyo. De este modo, el paisaje observado -puesta de sol- se transforma en paisaje contemplado. Ese paisaje contemplado se convierte ocasionalmente en visión , en contemplación estética; en otros casos, en paisaje del alma, en espejo -tal vez, deforme- de su situación personal o de la situación del país. 

Unamuno tiene, por tanto, una recepción múltiple ante el paisaje: conocimiento del cuerpo físico y del alma del país, búsqueda dinámica del yo, y un sentimiento estético ante lo contemplado. Don Miguel se enfrenta al paisaje abiertamente, sin decorum, receptivo a todo lo que éste le ofrece. Los institucionistas aplicarán nuevos métodos y su paisaje será observado a través de las ciencias positivas y humanas y «de aquí que considerase que éste debía ser geológicamente investigado, científicamente experimentable, expresión de la historia nacional y, por tanto, perfecta proyección de su ética y de su estética». Por último, hay que insistir en la importancia que el viaje, el paseo, la excursión, en suma, la experiencia viajera, y la nueva perspectiva en la observación -contemplación del paisaje iniciada por la Institución- hallaron un grupo, una época, que asumiría tales principios aportándoles originalidad y arte. Ante esta situación surgen, tras un proceso evolutivo preprevisible, escritores que ofrecerán una nueva perspectiva del país distinta a la de los institucionistas y pintores que lo trasladarán a sus obras -Pío Baroja, Unamuno, Azorín, Ciro Bayo, Regoyos, Solana.



La suite Iberia de Albéniz, el poema sinfónico de Cataluña, Las danzas españolas y goyescas de Granados, las pinturas de Sorolla o Zuloaga, muestran ese mismo interés por el paisaje que mostraron los hombres del 98 (Unamuno, Azorín, Baroja)

  1. Foto de archivo - paisaje cerca de Penaranda de Duero, provincia de Burgos, Comunidad Autónoma de Castilla y León, España





En Por tierras de Portugal y España, de 1911, aparece el texto que sigue sobre el inequívoco «amor al campo» de Unamuno (1960: 182-183):

«El Sentimiento de la Naturaleza, el amor inteligente, a la vez que cordial, al campo, es uno de los más refinados productos de la civilización y la cultura. El campesino lo ama, pero lo ama por instinto, casi animalmente, y lo ama utilitariamente. El hambre de tierra, tan característica del labrador no es lo más a propósito para aprender a amar desinteresada y noblemente a la tierra misma. El que tiene que tener su frente encorvada sobre la esteva del arado no es el que mejor puede gozar de la hermosura del campo».

[...]«Y es, sin embargo, ese trabajo el que nos ha de enseñar a querer la tierra. El amor desinteresado al campo, el sentimiento de la naturaleza tiene su origen en la utilidad que aquél nos presta».[...]

«Así es como el sentimiento estético de la naturaleza, nacido del agradecimiento a los favores que nos hace, sólo se perfecciona y acaba a medida que nos hacemos dueños de esos favores mismos de los que antes éramos esclavos. Y ¿cómo —me digo— siendo ése un país agrícola y ganadero, procediendo

su riqueza del campo, no hay aún más amor del que haya a conocer esa fecunda, pródiga y amorosa tierra?



 (VER EN Antología de Textos: El texto de PAISAJE de Giner de los Ríos)

Texto de Unamuno:

 


Recórrense a las veces leguas y más leguas desiertas, sin divisar apenas más que la llanura inacabable donde verdea el trigo o amarillea el rastrojo, alguna procesión monótona y grave de pardas encinas, de verde severo y perenne, que pasan lentamente espaciadas, o de tristes pinos que levantan sus cabezas uniformes. De cuando en cuando, a la orilla de algún pobre regato medio seco o de un río claro, unos pocos álamos, que en la soledad infinita adquieren vida intensa y profunda. De ordinario anuncian estos álamos al hombre: hay por allí algún pueblo, tendido en la llanura al sol, tostado por éste y curtido por el hielo, de adobes muy a menudo, dibujando en el azul del cielo la silueta de su campanario. En el fondo se ve muchas veces el espinazo de la sierra y, al acercarse a ella, no montañas redondas en forma de borona, verdes y frescas, cuajadas de arbolado, donde salpiquen al vencido helecho la flor amarilla de la árgoma y la roja del brezo. Son estribaciones huesosas y descarnadas peñas erizadas de riscos, colinas recortadas que ponen al desnudo las capas de terreno resquebrajado de sed, cubiertas cuando más de pobres hierbas, donde sólo levantan cabeza el cardo rudo y la retama desnuda y olorosa.
(Tomado del libro En Torno al casticismo)

NIEBLA (capítulo XXXI), de Miguel de Unamuno

Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato. Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increííble; creí notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.
––¡Parece mentira! ––repetía––, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy despierto o soñando...
––Ni despierto ni soñando ––le contesté.
––No me lo explico... no me lo explico ––añadió––; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto omo sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...
––Sí ––le dije––, tú ––y recalqué este tú con un tono autoritario––, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo, movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...
––¡Eso más faltaba! ––exclamé algo molesto.
––No se exalte usted así, señor de Unamuno ––me replicó––, tenga calma. Usted ha manifestado dudas sobre mi existencia...
––Dudas no ––le interrumpí––; certeza absoluta de que tú no existes fuera de mi producción novelesca.
––Bueno, pues no se incomode tanto si yo a mi vez dudo de la existencia de usted y no de la mía propia. Vamos a cuentas: ¿no ha sido usted el que no una sino varias veces ha dicho que don Quijote y Sancho son no ya tan reales, sino más reales que Cervantes?
––No puedo negarlo, pero mi sentido al decir eso era...
––Bueno, dejémonos de esos sentires y vamos a otra cosa. Cuando un hombre dormido a inerte en la cama sueña algo, ¿qué es lo que más existe, él como conciencia que sueña, o su sueño?
––¿Y si sueña que existe él mismo, el soñador? ––le repliqué a mi vez.
––En ese caso, amigo don Miguel, le pregunto yo a mi vez, ¿de qué manera existe él, como soñador que se sueña, o como soñado por sí mismo? Y fíjese, además, en que al admitir esta discusión conmigo me reconoce ya existencia independiente de sí.
––¡No, eso no!, ¡eso no! ––le dije vivamente––. Yo necesito discutir, sin discusión no vivo y sin contradicción, y cuando no hay fuera de mí quien me discuta y contradiga invento dentro de mí quien lo haga. Mis monólogos son diálogos.
––Y acaso los diálogos que usted forje no sean más que monólogos...
––Puede ser. Pero te digo y repito que tú no existes fuera de mí...
––Y yo vuelvo a insinuarle a usted la idea de que es usted el que no existe fuera de mí y de los demás personajes a quienes usted cree haber inventado. Seguro estoy de que serían de mi opinión don Avito Carrascal y el gran don Fulgencio...
––No mientes a ese...
––Bueno, basta, no le moteje usted. Y vamos a ver, ¿qué opina usted de mi suicidio?
––Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!
––Eso de no me da la real gana, señor de Unamuno, es muy español, pero es muy feo. Y además, aun suponiendo su peregrina teoría de que yo no existo de veras y usted sí, de que yo no soy más que un ente de ficción, producto de la fantasía novelesca o nivolesca de usted, aun en ese caso yo no debo estar sometido a lo que llama usted su real gana, a su capricho. Hasta los llamados entes de ficción tienen su lógica interna...
––Sí, conozco esa cantata.
––En efecto; un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese...
––Un ser novelesco tal vez...
––¿Entonces?
––Pero un ser nivolesco...
––Dejemos esas bufonadas que me ofenden y me hieren en lo más vivo. Yo, sea por mí mismo, según creo, sea porque usted me lo ha dado, según supone usted, tengo mi carácter, mi modo de ser, mi lógica interior, y esta lógica me pide que me suicide...
––¡Eso te creerás tú, pero te equivocas!
––A ver, ¿por qué me equivoco?, ¿en qué me equivoco? Muéstreme usted en qué está mi equivocación. Como la ciencia más difícil que hay es la de conocerse uno a sí mismo, fácil es que esté yo equivocado y que no sea el suicidio la solución más lógica de mis desventuras, pero demuéstremelo usted. Porque si es difícil, amigo don Miguel, ese conocimiento propio de sí mismo, hay otro conocimiento que me parece no menos difícil que el...
––¿Cuál es? ––le pregunté.
Me miró con una enigmática y socarrona sonrisa y lentamente me dijo:
––Pues más difícil aún que el que uno se conozca a sí mismo es el que un novelista o un autor dramático conozca bien a los personajes que finge o cree fingir...
Empezaba yo a estar inquieto con estas salidas de Augusto, y a perder mi paciencia.
––E insisto ––añadió–– en que aun concedido que usted me haya dado el ser y un ser ficticio, no puede usted, así como así y porque sí, porque le dé la real gana, como dice, impedirme que me suicide.
––¡Bueno, basta!, ¡basta! ––exclamé dando un puñetazo en la camilla–– ¡cállate!, ¡no quiero oír más impertinencias...! ¡Y de una criatura mía! Y como ya me tienes harto y además no sé ya qué hacer de ti, decido ahora mismo no ya que no te suicides, sino matarte yo. ¡Vas a morir, pues, pero pronto! ¡Muy pronto!
––¿Cómo? ––exclamó Augusto sobresaltado––, ¿que me va usted a dejar morir, a hacerme morir, a matarme?
––¡Sí, voy a hacer que mueras!
––¡Ah, eso nunca!, ¡nunca!, ¡nunca! ––gritó.
––¡Ah! ––le dije mirándole con lástima y rabia––. ¿Conque estabas dispuesto a matarte y no quieres que yo te mate? ¿Conque ibas a quitarte la vida y te resistes a que te la quite yo?
––Sí, no es lo mismo...
––En efecto, he oído contar casos análogos. He oído de uno que salió una noche armado de un revólver y dispuesto a quitarse la vida, salieron unos ladrones a robarle, le atacaron, se defendió, mató a uno de ellos, huyeron los demás, y al ver que había comprado su vida por la de otro renunció a su propósito.
––Se comprende ––observó Augusto––; la cosa era quitar a alguien la vida, matar un hombre, y ya que mató a otro, ¿a qué había de matarse? Los más de los suicidas son homicidas frustrados; se matan a sí mismos por falta de valor para matar a otros...
––¡Ah, ya, te entiendo, Augusto, te entiendo! Tú quieres decir que si tuvieses valor para matar a Eugenia o a Mauricio o a los dos no pensarías en matarte a ti mismo, ¿eh?
––¡Mire usted, precisamente a esos... no!
––¿A quién, pues?
––¡A usted! ––y me miró a los ojos.
––¿Cómo? ––exclamé poniéndome en pie––, ¿cómo? Pero ¿se te ha pasado por la imaginación matarme?, ¿tú?, ¿y a mí?
––Siéntese y tenga calma. ¿O es que cree usted, amigo don Miguel, que sería el primer caso en que un ente de ficción, como usted me llama, matara a aquel a quien creyó darle ser... ficticio?
––¡Esto ya es demasiado ––decía yo paseándome por mi despacho––, esto pasa de la raya! Esto no sucede más que...
––Más que en las nivolas ––concluyó él con sorna.
––¡Bueno, basta!, ¡basta!, ¡basta! ¡Esto no se puede tolerar! ¡Vienes a consultarme, a mí, y tú empiezas por discutirme mi propia existencia, después el derecho que tengo a hacer de ti lo que me dé la real gana, sí, así como suena, lo que me dé la real gana, lo que me salga de...
––No sea usted tan español, don Miguel...
––¡Y eso más, mentecato! ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...
––Bien, ¿y qué? ––me interrumpió, volviéndome a la realidad.
––Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
––Pero ¡por Dios!... ––exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
––No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
––Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...
––¿No pensabas matarte?
––¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro... Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir...
––¡Vaya una vida! ––exclamé.
––Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir...
––No puede ser ya... no puede ser...
––Quiero vivir, vivir... y ser yo, yo, yo...
––Pero si tú no eres sino lo que yo quiera...
––¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz.
––No puede ser... no puede ser...
––Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera... Mire que usted no será usted... que se morirá.
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...
––Pero si yo, don Miguel...
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que...?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
––Pero... por Dios...
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
––¿Víctima? ––exclamé.
––¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.






Azorín

dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/660058.pdf

Este enlace es para quien quiera, recrearse con la Filosofía azoriniana, sobre la realidad y el tiempo -

El Comentario sobre el fragmento de "las nubes" del texto de LAS NUBES deAzorín
y el comentario de LA PROSA " El canario se muere" de Platero y yo, están en la seción de COMENTARIOS.